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24 Marzo
2012
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Afloramiento de rosas de yeso en Villalbilla
y mina La Montañesa de Navalagamella (Madrid)
Usar de fernandinas es lo que a mí me pasó hace unos días. Vamos que alguien no cumplió lo prometido y, al final, los unos por los otros la casa sin barrer que diría aquél. Al final, cuando una puerta se cierra, también una nueva se abre y así, sin decir esta boca es mía, y tras dar buena cuenta de unas porras que quitan “er sentio”, enfilaba la carretera en dirección a la localidad de Villalbilla, situada al Suroeste de la Comunidad de Madrid, en el corredor del Henares, y a poco más de unos cuarenta kilómetros de la Villa y Corte.
Tomé, como en otras ocasiones, el cuidado, la diligencia y el respeto con el medio y el entorno, para dirigirnos y acceder al cerro en el que esperábamos conseguir unas bonitas rosas de yeso, de buen tamaño, morfología e interés, y algunas puntas de flechas de yeso cristalizado centimétrico.
Mientras picábamos en petit comité a lo largo de algunas de las terrazas cubiertas que bordean el cerro, en el nivel adecuado del afloramiento, para conseguir unas bellas piezas de color ámbar y miel, e incluso transparentes algunas, el astro rey apretaba y nos recordaba que llevábamos casi cuatro horas y ya era llegada la hora de recoger la herramienta y hacer balance.
A recordar que el yeso puro es un mineral blanco, pero debido a impurezas puede tornarse gris, castaño o rosado. Se denomina sulfato de calcio dihidratado y su estructura cristalina está constituida por dos moléculas de agua y por una de sulfato de calcio. Regresamos con más de una veintena de piezas de buena factura y la ocasión merecía un pequeño capricho culinario que pudimos satisfacer con unas sabrosas y deliciosas chuletillas de cabritillo lechal hechas al lento fuego de la brasa en un estupendo restaurante de la zona por muchos motivos que, aquí y ahora, no hacen al caso y que, quizá, en algún momento sea cosa de hacer alguna referencia.
Con el cambio horario la tarde podía dar todavía mucho de sí y la parada siguiente nos llevó hasta la Mina La Montañesa. En un paisaje plagado de zonas de grandes extensiones de dehesas, como en Extremadura, podemos encontrar unas antiguas galerías de una mina de la que se extrajo plomo hasta los años 50 del siglo XX. Actualmente se encuentran las galerías en mal estado, así como derruidas o semiderruidas las instalaciones que aún quedan en pié porque la mayor parte han desaparecido.
Mientras paseamos y tomo fotografías comprobamos que la explotación constaba, y consta, de tres niveles de galerías que, fácilmente, se advierten por la propia disposición de sus bocaminas, una gran zanja que se extiende a lo largo de la ladera con numerosas escombreras y restos de instalaciones entre las que se encuentra una pequeña casa derruida frente a la galería del nivel inferior y lo que parece ser una tolva o cargadero del mineral.
Esta mina se encuentra en un macizo de leuco granitos de grano fino, que en la zona de la explotación aparece cortado por filones de cuarzo. La galería del nivel inferior parece encajada en lo que parece un gran filón de barita. Accedemos a su interior y vemos unos antiguos raíles y en el exterior una vagoneta semienterrada. El nivel superior parece ser el más interesante. El tiempo se echaba encima y aunque no podíamos entrar en la galería superior, la misma tiene unos ocho metros de largo, encontrándose sus paredes con finas capas de malaquita y azurita, apareciendo ramificaciones del filón de baritina con inclusiones de galena.
La mineralización consiste principalmente en filones de baritina, con cuarzo y fluorita como accesorios más importantes. También se ha observado la presencia de algunos sulfuros (muestras de galena bandeada sobre ortosa y calcopirita), y de carbonatos de cobre (azurita y malaquita), así como también de algunas muestras casi micros que pudimos comprobar de piromorfita. A finales de la década de los años 70 del siglo XX la mina llegó a producir más de tres mil toneladas de baritina.
A las 18.30 horas regresábamos por un largo y tortuoso camino hacia la población de Navalagamella. Misión cumplida. Mientras conducía me iba haciendo a mí mismo una reflexión que guarda su relación con el mundo de los colores y el vestir. Puesto que la felicidad no es el final, sino el camino, ello pudiera parecerse a las corbatas que, algunos, utilizamos habitualmente y en las que cada uno elige el color que más le gusta.
El mundo mineral, como el del vino, nos ofrece un amplio abanico de sensaciones, colores y gustos cuya dicha, no lo dudes, nos hace olvidar la pena. Aprovecha cada momento. Tempus fúgit.
Por Alfredo Gómez Pascual
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